Las luces del paraíso (Laponia finlandesa)

Pensar en un viaje a los Paises Nórdicos produce una inmediata sensación de frío y dolor. Frío, en las carnes, el dolor en el bolsillo…


Sin embargo, no hay plumífero que evite lo primero ni estrategia que mitigue algo lo segundo. Todo es cuestión de buscar el momento (y el vuelo) adecuado.




Con la excusa de disfrutar del esquí de fondo, decidimos pasar la Semana Santa de 2016 en Escandinavia. La parte “deportiva” lapona está descrita en el blog APCABANA. En éste, los teloneros y los bises.



Por qué Escandinavia?




Como decía en la intro, porque allí está Laponia, cuna y paraíso de esta modalidad del esquí, a medio camino entre el esquí ‘clásico’ y el montañismo.


Estocolmo, porque hacíamos escala (vale, no era imprescindible, pero sólo había que desviarse un poquillo), Helsinki porque era escala obligada de regreso… y Tallín porque está a tiro de piedra de Helsinki.



Cosas que vimos.


Estocolmo.


Llegamos en un vuelo de Ryanair, desde Barcelona a Estocolmo. El aeropuerto Lowcost es Skavsta, y está lejos de la ciudad. El autobús cuesta 17€ y tarda más de 1 hora. Llegamos en metro al HOTEL REIMERHOLME, situado en una tranquila islilla de las muchas que componen el entorno de Estocolmo (50€ la doble, sin baño).




Lo primero que nos sorprendió de la ciudad fue ver a un piragüista remando por el mar helado, una suerte de mini rompehielos que era la prueba de que los suecos están más que adaptados al frío de estas latitudes.



La plaza Mariartorget pillaba de camino a Gamla Stan (la ciudad antigua) y resultó un acogedor rincón donde puede verse el ambiente del Estocolmo ‘normal’, de barrio.





La ciudad carece de Highlights antológicos, pero en conjunto es bonita y (pese al fresquito), cálida. Tuvimos la fortuna de escuchar la Tocata y fuga en Re menor de Bach en la catedral, y de ver el cambio de guardia. Las dos cosas, de casualidad.


En una esquina, formando parte del edificio, había una runa medieval.



Laponia.




Para gente de nuestras latitudes, la nieve está siempre asociada a la montaña. Y cuando ésta llega al valle, lo hace en forma casi dramática: retenciones, escuelas cerradas… En Laponia, la nieve está en todas partes.


No respeta ciudades, pueblos, carreteras o casas, no tiene un lugar apartado en las cumbres donde hay que ir a buscarla. Eso es lo que más sorprende al llegar, hay nieve en todas partes.


Hay quien dice que la taiga es monótona. No le quitaré razón. Extensas llanuras pobladas de bosques en los que sólo hay 3 ó 4 especies de plantas, lagos, ríos y pocas elevaciones hacen difícil e diferenciar una zona de otra. Pero ¿es incompatible la homogeneidad con la belleza?. A todas luces, no.


La puerta de entrada al Círculo Polar Ártico y Laponia es la ciudad de Rovaniemi, a donde volamos desde Estocolmo (pasando por Helsinki). Si bien no es un lugar especialmente bonito, sí alberga un par de museos muy interesantes.


El Arktikum expone una completísima muestra de la cultura y naturaleza Lapona. El edificio en sí, es precioso, y en él se puede gastar sin problemas la tarde entera. Junto a él, otro museo, el Museo Forestal de Laponia, especialmente interesante para forestalillos como yo.


El resto de la ciudad en sí no es especialmente atractiva, pero el centro es animado y bien merece un paseo. Cerca del aeropuerto se encuentra Santa Claus Village, un infierno para los detractores de la Navidad (y el paraíso para los niños, claro)

 Nos alojamos en unas cabañitas un poco caras, Lomavekarit (94€).




Nuestro objetivo en este viaje era catar las nieves laponas, cosa que hicimos de lo lindo y que lo contamos en el blog de montaña.



Teníamos la base de operaciones en Vuostimo, lugar cercano al Parque Nacional y centro de esquí de Pyha – Luosto.



Como aspectos turísticos, visitamos Sodankylä, un pueblo al situado a 1h de Luosto donde destaca su iglesia de madera, una de las pocas que se salvaron de las llamas durante la Segunda Guerra Mundial.



Ocurrió la primera noche, y no volvió a suceder. Al menos, no con la misma intensidad. Estábamos en la terracilla de la cabaña donde nos alojábamos.

Frente a nosotros, advertíamos más que veíamos el río Raudastenpudas, ya que estaba completamente helado y sólo la ausencia de árboles daba pistas de su presencia. La luna era llena, y eso es una de las principales cosas que todo el mundo advierte a los cazadores de auroras: alejarse de las fuentes de luz y buscar un lugar sin contaminación lumínica. Pese a ello, y aplicando la máxima de “vete a saber cuándo volvemos por aquí”, nos disponíamos a preparar las cámaras para “cazar” lo que aparentemente era imposible aquella noche.



De repente, un ligero resplandor verde… ¿Será eso una aurora…? Lo que se desencadenó pocos segundos después, fue el fenómeno natural más bello y espectacular que haya visto. No pudimos hacer fotos, estábamos totalmente absortos con la onírica exhibición de luces danzarinas.

Dicen que las auroras son provocadas por el viento solar, que envía partículas cargadas a la Tierra y, al colisionar con su atmósfera, producen energía emitida en forma de luz. Yo prefiero pensar que no es así. Prefiero creer, como los Samis, que son provocadas por un zorro que recorre incesantemente las mesetas árticas e ilumina el cielo con las chispas que se desprenden de su cola al arremolinarse la nieve.

No volvimos a ver auroras tan intensas, y casi cada noche estábamos atentos a lo que sucedía sobre nuestras cabezas, pero sólo por estos minutos, el viaje mereció la pena.

Helsinki


Las guías de viajes suelen ser muy entusiastas con los lugares que describen. En la Lonely Planet de Finlandia figura como el principal “Highlight” de Helsinki cruzar el Báltico y largarse a Tallin.


Sin embargo, sería injusto hablar mal de Helsinki, o utilizar expresiones peyorativas del tipo “todas las ciudades tienen algo que ver”. Aun no siendo monumental, merece la pena pasar un día como mínimo por allí.


Vale, también merece la pena coger un ferry y visitar Tallin, una cosa no quita a la otra.


No tuvimos suerte con el tiempo el primer día. La Catedral Luterana, de por sí austera, tenía un aspecto fantasmagórico con la niebla.



La vecina catedral Ortodoxa es bastante más alegre y colorida.

Nos sorprendió muchisimo ver el mar helado. Si bien sólo lo estaba en algunas zonas del puerto, donde la poca profundidad y ausencia de viento permitía que se helara el agua, dió mucho de sí para trastear con la cámara.


Hicimos el walking tour de la guía, y vimos algún rincón chulo. Por la tarde cogimos un ferry a la isla de Suomenlinna, Patrimonio de la Humanidad por su fortaleza. Quizás nos faltó una visión de conjunto debido a la niebla, pero sin duda merece la pena una tarde.




Nos alojamos en el hotel más barato que pudimos, el Omena (65€/noche la triple), y como SIEMPRE en este viaje, comíamos de super. Hay que viajar mucho… y por tanto, ahorrar mucho.



Tallin


El trayecto en Ferry dura 2 horas y sale por unos  41 €. El barco en cuestión es un centro comercial flotante, donde los finlandeses se dedican mayormente a comprar alcohol.


Nada más poner pie en tierra, Estonia se ve diferente a las otras ciudades Bálticas. Aquí se respira aún ese tufillo soviético que se manifiesta en edificios de dudoso gusto, coches desvencijados, etc. No creo que dure mucho. El turismo, y con ello. el dinero, está llegando con mucha fuerza a esta república.


Tallin fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. El Centro histórico (Ciudad Vieja) es una ciudad nórdica medieval excepcionalmente completa y bien conservada.


La ciudad se desarrolló como un centro importante de la Liga Hanseática durante el período de mayor actividad de esta gran organización comercial en los siglos XIII al XVI.  Está amurallada, y en su interior hay edificios de gran belleza.

La Plaza del Ayuntamiento es el centro neurálgico de la ciudad. En sus bajos, hay una taberna ambientada en plan medievo que bien merece una visita.


Fuera de las murallas, no hay gran cosa que ver. Un día de visita, parece suficiente para ver intramuros, si bien es cierto que apuramos mucho el tiempo… vamos que descansar no descansamos demasiado.

En resumen...

Europa es diversa, quizás el continente más heterogéneo de todos. El parecido de un Sami con un pescador gaditano es tan escaso que bien podrían pertenecer a dos continentes diferentes. Y es que, ese Sami es como es, y ese señor de Cádiz es así porque el entorno, el clima, el legado cultural, los ha moldeado de esa manera. Para los que vivimos en el Sur de Europa, el Norte es atractivo porque es absolutamente distinto a lo que tenemos aquí (o cerca de aquí).

Laponia es naturaleza, salvaje y poco explotada. Merece la pena su visita, y la catalogaría como imprescindible para los esquiadores de fondo.

En cuanto al aspecto económico, hay que aplicarse para evitar que el saldo de viaje se salga de madre. El buscar alojamientos que tengan cocina ayuda mucho, ya que la comida del super no es tan cara como pensábamos. El alcohol, muy caro, nosotros llevamos unas cuantas cervecitas de casa.



No hay comentarios:

Publicar un comentario